PARTE DOS
VENCIENDO EL TEMOR A OTROS
La parte Dos de este libro explorará las ideas bíblicas que te ayudarán a dar los siguientes pasos hacia la libertad del temor al hombre:
·
Paso 4: Entiende y crece en el temor del Señor. La persona que teme a Dios no temerá a nadie
más.
·
Paso 5: Examina dónde tus deseos han sido muy grandes. Cuando tememos a la gente, la gente es
grande, nuestros deseos son aun más grandes, y Dios es pequeño.
·
Paso 6: Regocíjate de que Dios ha cubierto tu vergüenza, te ha protegido
del peligro, y te ha aceptado. Te ha
llenado con su amor.
·
Paso 7: Necesita menos a los demás, ama más a los demás. Busca amar a otros en obediencia a Cristo y
como una respuesta a su amor hacia ti.
6
CONOCE EL TEMOR DEL SEÑOR
Y reinarán en tus tiempos la sabiduría y la ciencia, y abundancia de salvación; el temor de Jehová será su tesoro. (Is. 33:6)
Todas
las experiencias del temor al hombre comparten, por lo menos, una cosa en
común: la gente es grande. La gente ha
crecido hasta llegar a ser ídolos en nuestras vidas. Nos controlan. Puesto que
en nuestro corazón no hay espacio para adorar a Dios y a la gente al mismo
tiempo, cuando la gente es grande, Dios no lo es. Por lo tanto, la primera tarea para escapar de la trampa del temor al hombre es saber que Dios es quien es asombroso y glorioso, y
no las otras personas.
Esto
fue claro para mí un Domingo al estar sentando en la iglesia. Era el mes de la familia. Cada domingo del mes de febrero una familia
diferente iba a hablar a la Iglesia acerca de sus devocionales familiares. Todas las familias fueron muy edificantes,
pero los Schmurrs me dieron una revelación.
Roger Schmurr dijo que una de las cosas que trataba de hacer durante los
devocionales familiares era hablar acerca de Dios. Eso fue todo. Esa fue mi
revelación.
Permítanme
explicar. Como consejero vivo en el
mundo del “cómo”. Una persona deprimida
habla conmigo porque desea saber cómo salir de la depresión. Las parejas que no sienten ningún
romanticismo en su relación, desean saber cómo tener la chispa de nuevo. Confieso que, algunas veces, hablo más del
“cómo” que acerca de Dios.
Tengo
dos hijos que han traído a casa grandiosos materiales de Escuela
Dominical. Típicamente, leo estos
papeles el domingo en la tarde. Siempre
eran muy útiles, llenos de principios bíblicos y su aplicación. Muchos “cómo”
buenos. Eran historias edificantes de
niños que se sentían rechazados por sus amigos y cómo Jesús les pudo ayudar a
amar a aquellos que eran malos.
Recuerdo una historia acerca del hacer trampa que era buena en manera
especial. Pero raras veces hablaban
acerca de Dios.
No
me mal interpreten. Creo que es
fantástica la aplicación de la Escritura a los detalles de nuestras vidas. No obstante, mi observación, es que estos
principios no siempre descansaban en el temor del Señor. El resultado es que nuestra meta puede ser
el mejoramiento personal y no la gloria del Santo Dios. Necesitamos más sermones que nos dejen
temblando.
Paso 4: Entiende y crece en el temor del Señor. La persona que teme a Dios no temerá a nadie más.
¿Qué es el Temor del Señor?
Por favor no pienses sólo en terror cuando pienses en el temor del Señor. El temor del Señor, al igual que el temor a la gente, incluye todo un espectro de actitudes. Por un lado, el temor del Señor significa terror hacia Dios (temor de una amenaza). Somos personas inmundas, y aparecemos delante del todopoderoso Dios que es moralmente puro. Estamos correctamente avergonzados delante de él, y el castigo sería completamente justo. El terror es una respuesta natural y apropiada. Tal temor nos hace retroceder delante de Dios. Queremos evadirlo tanto como sea posible.
Nadie
está excluido de este temor, ya sean cristianos o no. Para los cristianos cuyos ojos han sido abiertos al gran amor de
Dios, este temor se va desvaneciendo.
Para los no cristianos tal temor está siempre presente. La razón por la que no escuchas a la gente
hablando acerca de esto es porque se manifiesta en ansiedad, baja autoestima, y
una multitud de otros males que han perdido de vista que tienen una raíz
relacionada con Dios. Pero este temor
no se puede camuflajear para siempre.
El día vendrá cuando todos se arrodillarán delante de Dios en el temor
del Señor.
Pero
este es sólo un extremo del temor del Señor.
Al otro extremo del espectro está una temor reservado exclusivamente
para aquellos que han puesto su fe en Jesucristo. Este temor del Señor significa una sumisión reverente que lleva a la obediencia, y es
intercambiable con “adoración”, “dependencia”, “confianza” y “esperanza”. Al igual que el terror, incluye un
conocimiento de nuestra pecaminosidad y la pureza moral de Dios, e incluye un
conocimiento claro de la justicia de Dios y su ira en contra del pecado. Pero este temor de adoración también conoce
el gran perdón, misericordia y amor de Dios. Sabe que debido al plan eterno de
Dios, Jesús se humilló a sí mismo muriendo en una cruz para redimir a sus
enemigos de la esclavitud y la muerte.
Sabe que, en nuestra relación con Dios, siempre nos dice primero: “te
amo”. Este conocimiento nos acerca a
Dios en vez de hacernos huir. Ocasiona
que nos sometamos voluntariamente a su señorío y nos deleitemos en la
obediencia. Este tipo de temor robusto
es el pináculo de nuestra respuesta hacia Dios.
Al
conocer la diferencia entre estos dos temores se clarifica por qué la Escritura
dice, “En el amor no hay temor” (1 Juan 4:18) al mismo tiempo de que demanda el
temor al Señor. La Biblia enseña que el
pueblo de Dios ya no es movido por el temor relacionado con el terror, o temor
que tiene que ver con el castigo. Sino
somos bendecidos con el temor relacionado con la adoración, la admiración
reverente motivada más por el amor y el honor que él merece.
¿Por
qué la Biblia usa la misma palabra para referirse a ambas respuestas? El
contexto bíblico siempre clarifica a qué tipo de temor se está refiriendo, pero
el punto es que ambos temores tienen algo importante en común. Ambos son reacciones al hecho de que el
Santo de Israel reina sobre toda la tierra.
Este es el mensaje de la Biblia, y es la esencia del temor del Señor.
Para
apreciar la magnitud de este mensaje, debes entender el significado bíblico de
lo “santo”. Santo puede ser definido
como “separado”, “apartado”, “distinto”, o “inmaculado”. Cuando se refiere a
Dios, “santo” significa que él es diferente a nosotros. Ninguno de sus atributos puede ser entendido
en comparación con sus criaturas. Su
amor y justicia están por encima de nosotros; son santos. Su poder es el del todopoderoso; no puede
ser comparado con otro. Su carácter
moral es sin par; sólo él es justo.
La
santidad no es uno de los muchos atributos de Dios. Es su naturaleza esencial y manifestada en todas sus
cualidades. Su sabiduría es sabiduría
santa. Su belleza es belleza
santa. Su majestad es majestad
santa. Su santidad “añade gloria,
lustre y armonía a todas sus demás perfecciones”.[1]
“¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo.” (Is.
40:25)
“Oh Dios, santo es tu camino; ¿Qué dios es grande como nuestro Dios? (Sal.
77:13)
“Porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti;” (Os. 11:9)
Algunos le llaman “trascendencia” a
esta diferencia y santidad de Dios.
Dios está por encima de su
pueblo. El vive en un lugar alto y
elevado (Is. 57:15). Su juicio y misericordia
están por encima de nosotros, son incomprensibles al final de cuentas. Como resultado, no usamos la imagen de un
rey o reina como nuestra plantilla para conocer a Dios. El decir que el Dios Santo reina hace imposible utilizar a un rey terrenal como
modelo. El Dios Santo es único, más
grande, y de un tipo diferente a los reyes terrenales. El Dios Santo es el original; el más
glorioso de los reyes terrenales es sólo un débil reflejo de nuestro Dios.
Para hacer la santidad de Dios aun
más asombrosa, el Dios trascendente se ha acercado. Sería una cosa saber que Dios es gloriosamente trascendente y
enteramente separado de su creación. En
tal situación nos acostumbraríamos a su falta de intervención en los asuntos
humanos, y en la práctica podríamos llegar a ser nuestros propios dioses. Pero nuestro Dios es el inmanente que se ha
revelado y vuelto como nosotros. El
dijo, “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo “ (Lev. 26:12). El está cercano. El nunca nos deja ni abandona (Heb. 13:5). Está tan cercano que nos llama “amigos”
(Juan 15:14). Está tan cercano que la
Escritura habla acerca de Cristo en
ti (Col. 1:27). Debido a su naturaleza
esto es virtualmente imposible de comprender en su totalidad. Pero, por la gracia de Dios, podemos crecer
en el conocimiento de su santidad, y este conocimiento expulsará de nuestras
vidas a nuestros ídolos personales y nos volverá menos propensos a enfocarnos
en nosotros mismos.
¿Qué se opone al Temor del Señor?
El problema que encontramos en nuestra búsqueda del conocimiento y del temor del Señor como debemos temerle, es que tenemos tres adversarios prominentes. El mundo, nuestra propia carne y el diablo conspiran para elevar a las demás personas (o lo que podemos obtener de ellas) por encima de Dios.
En realidad la resistencia se encuentra en nuestro corazón (carne) y es influenciada por el mundo y el diablo. Nuestros corazones tienen infinidad de estrategias para evadir el temor del Señor. Una estrategia es degradar la obediencia – la expresión concreta del temor del Señor – en una preocupación por las apariencias. Nos concentramos en las acciones y pasamos por alto las actitudes. Al hacer esto, nuestra naturaleza pecaminosa puede darnos una sensación de que estamos bien. No hemos asesinado a nadie hoy. No hemos cometido adulterio. No robamos nada de la tienda. Por lo tanto, tuvimos un buen día. Aun mejor, somos buenos. Por supuesto, ocasionalmente hacemos cosas malas. Podemos gritar muy fuertemente, o tal vez miramos algo de pornografía en el aeropuerto. En estos casos debemos pedir el perdón de Dios. Pero, en general, tendemos a estar bastante bien. Y si pensamos que usualmente somos buenos, entonces Dios es usualmente irrelevante para nosotros.
Tal manera de pensar no es publicada como teología buena, pero ¿no es esa la teología práctica de la mayoría de los cristianos? Se que puede ser le mía. Soy una persona buena – “un buen chico” – que ocasionalmente hace cosas malas. Tal forma de pensar ignora las profundidades del pecado en mi corazón, y en esencia, me eleva de tal forma que vengo a ser una imitación deficiente de Dios en vez de alguien completamente dependiente en él. Así es imposible tener el temor del Señor.
El pecado a menudo está a la grupa de muchas cosas buenas, lo cual dificulta aún más su visualización. Por ejemplo, el trabajo es una cosa buena, pero el pecado puede tomarlo y exaltarlo hasta el punto en que nos gobierne. Nos volvemos adictos al trabajo diciendo que lo hacemos por nuestros hijos, pero en realidad lo hacemos para nosotros mismos. ¿Qué me dicen de la planeación financiera? ¿No es cierto que es sabio establecer una reserva para el futuro? También esto es una cosa buena, pero puede llegar a gobernarnos y abandonamos la generosidad. La mayoría de los pecados son exageraciones impías de cosas que son buenas. Como resultado, comenzamos a proporcionar “evidencia bíblica” que justifica nuestro comportamiento cuando ha llegado a ser idólatra.
El mundo toma estas tendencias y las racionaliza. El mundo nos recuerda que, cualquiera que sea nuestro pecado o “error”, somos sólo seres humanos. Todos los demás también lo hacen. Lo correcto y lo incorrecto se determina por medio del voto popular. ¿Y quién dice que a Dios realmente le interesan tales cosas? El mundo sugiere que Dios es real pero que está distante. Dio inicio a todas las cosas pero ahora está sentado, permitiendo que las cosas ocurran. El mundo dice que vivimos en un universo deísta donde es posible que exista un dios, pero “Dios ayuda a aquellos que se ayudan a si mismos”.
El diablo se opone a cualquier cosa que pueda exaltar al Dios verdadero. Cuando no tememos a Dios sino a cualquier cosa (un dios, una persona, o cualquier otra cosa en la cultura humana), Satanás se goza en las tinieblas que hemos creado. Por medio de mentiras y otros engaños, minimiza nuestro pecado, sugiere que Dios es distante y que la Palabra de Dios realmente no puede ser confiada. De hecho, sugiere que Dios nos está estorbando para que no disfrutemos de las cosas buenas.
Con tales adversarios, el crecimiento en el temor del Señor no será un proceso sin contratiempos. Al contrario, será el camino hacia la guerra. Debemos odiar las suposiciones malvadas e impías del mundo, debemos odiar nuestra propia naturaleza pecaminosa, y debemos odiar a Satanás. Para lograr estas tareas se requiere de los recursos más poderosos que tenemos: la Palabra, el Espíritu, y el cuerpo de Cristo.
Aprendiendo
el Temor del Señor
Sin
embargo, los adversarios no deben desanimarnos. El temor del Señor ciertamente puede ser aprendido. Deuteronomio 4:10 declara, “Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis
palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre
la tierra, y las enseñarán a sus hijos”.
De igual manera, el Rey David exhorta a la gente a aprender a temer al
Señor.
“Temed
a Jehová, vosotros sus santos, Pues nada falta a los que le temen. . . Venid, hijos, oídme; El temor de Jehová os
enseñaré.” (Salmo 34:9,11)
¿Cómo se puede aprender? Por medio de leer y meditar en su Palabra, y orando para que Dios nos enseñe.
“Y
cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un
libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes
levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que
aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y
estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre
sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra.” (Deut. 17:18-19)
“Y los hijos de ellos que no supieron (de la ley), oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios” (Deut. 31:13)
Esto no es
fácil. La lectura constante de la
Biblia puede ser difícil. Los tres
adversarios se encargan de que sea una batalla, y nuestros mundos ya están muy
ocupados. Pero si el temor del Señor es
tan importante como dice la Escritura, entonces podemos estar seguros de que
Dios nos dará el poder para lograrlo.
Considera
cómo puedes usar los recursos que Dios te ha dado. Pídeles a tu esposa, hijos, amigos, pastor o ancianos que oren
por ti. Reúnete con un hermano o
hermana. Pregúntales cómo han
atestiguado la grandeza de Dios.
Comienza identificando en dónde el mundo trata de “rehacer” a Dios para
que sea más manipulable. Pídele a Dios
que te enseñe a leer su Palabra como una persona sabia que “mira atentamente en
la perfecta ley, la de la libertad” (Sant. 1:25).
Ahora
consideremos algunas pasajes que enseñan el temor del Señor. Puesto que la Biblia entera enseña que el
Santo de Israel reina, la Biblia entera es un libro de texto que trata del
temor del Señor, ya sea que utilice esa expresión particular o no. Pero hay algunos pasajes que parecen ser
especiales. Me enfocaré en algunos de
esos.
Notemos
especialmente los actos poderosos de Dios que muestran tanto su amor, justicia, bondad y firmeza santas
(Rom. 11:22). El Salmista nos recuerda
que aquellos que temen al Señor dicen, “Su amor permanece para siempre” (Sal.
118:4), pero también dicen, “¿Y quién podrá estar de pie delante de ti cuando
se encienda tu ira?” (Sal. 76:7). La
Escritura, al mismo tiempo, habla de un amor inimaginable y de una ira santa
. Dios es compasivo y lleno de gracia,
lento para la ira y grande en misericordia, pero también no dejará impune al
culpable: Él “visita la
iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta
la tercera y cuarta generación” (Exodo 34:6,7). Por lo tanto, no estamos en lo correcto cuando decimos, “Mi Dios
no es un Dios de juicio e ira; mi Dios es un Dios de amor”. Tal pensamiento hace casi imposible nuestro
crecimiento en el temor del Señor.
Sugiere que el pecado sólo entristece a Dios en vez de ofenderlo. Tanto la justicia como el amor son
expresiones de su santidad, y debemos conocer ambas para conocer el temor del
Señor. Si sólo vemos el amor de Dios,
no le necesitaremos, y no habrá urgencia en el mensaje de la cruz. Si nos enfocamos cerradamente en la justicia
de Dios, desearemos evadirle, y viviremos en terror, siempre sintiéndonos
culpables y esperando el castigo.
Aprendiendo a temer al
Señor, el Creador
Consideremos
la escuela bíblica de Dios que enseña el temor del Señor. La clase comienza inmediatamente. La Biblia comienza enseñando que el Santo
reina.
“Tema a Jehová toda la tierra; Teman delante de él
todos los habitantes del mundo. Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y
existió.” (Sal. 33:8-9)
La
creación es sierva de Dios. El dijo tan
sólo una palabra y todo existió para hacer su voluntad. Lo que vemos a nuestro alrededor es la obra
de Dios que él dijo que era
bueno. Si Dios dijo que era bueno,
entonces debe ser una obra de arte, aun en su estado actual.
Más
específicamente, puedo considerar que el Gran Cañón es verdaderamente un pieza
asombrosa del desierto. La mera memoria
de ese lugar ciertamente me apunta hacia la grandeza de Dios. Pero debo tener cuidado. Dios es Santo. Está por encima de cualquier cosa que pueda ver o pensar. El Gran Cañón apunta hacia alguien que tiene
una grandeza incomprensible (Salmo 93:3-4).
Prefiero considerar el Océano aun más que el Gran Cañón. Trabajé como salvavidas en un playa por cinco veranos y nunca me cansé de contemplar su grandeza. He sido refrescado por el mar como un recordatorio de la gracia fresca de Dios, y he sido azotado por el mar como un recordatorio del gran poder de Dios. El océano de Dios me recuerda que Él es mucho más grande que cualquier persona.
Mira a tu alrededor y toma nota de la gloria de Dios reflejada en la creación. El cielo azul refleja su regia vestidura. Las nubes son recordatorios de su presencia (Ex. 19:9), son su carruaje cuando supervisa su creación (Sal. 104:3). Los vientos son sus mensajeros (Sal. 104:4). Vienen de los depósitos de Dios (Sal. 135:7). El sol se levanta como un esposo, recordándome que Jesús regresará por su iglesia (Sal. 19:5). Los cielos en verdad alaban Sus maravillas (Sal. 89:5) y declaran Su gloria (Sal. 19:1).
Todo animal que ves bebiendo o alimentándose en los pastizales está siendo sostenido por el Dios Altísimo (Sal. 104). El granjero no es la causa de que las cosechas crezcan. Las plantas salen de la tierra como un regalo de Dios. La lluvia es una expresión de su cuidado, un vistazo de su poder.
Además, Dios es dueño de la creación. “Porque en sus manos están las profundidades de la tierra; y las alturas de los montes son suyas” (Sal. 95:4). Estamos caminando en una propiedad privada.
Elizabeth Barrett Browning lo expresa de esta manera:
“La Tierra está llena del cielo,
y cada zarza arde con Dios;
Pero sólo aquel que ve se quita los zapatos;
El resto se sienta alrededor y arranca zarzamoras.”[2]
El
Salmista precedió a Elizabeth Barrett Browning en quitarse los zapatos. La majestad de la creación inspiró su
adoración y humildad.
“Cuando
veo los cielos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el
hombre para tengas de él memoria? ¿Y el hijo del hombre para que lo visites?”
(Sal. 8:3-4).
Con
toda la belleza creada a nuestro alrededor, belleza tal que ciertamente excede
de muchas maneras la nuestra, Dios escogió que la gente sea la corona de su
creación.
Como
el salmista, tengo dos respuestas básicas ante esta verdad. Ninguna de ellas realmente eleva mi
autoestima. Primero, simplemente estoy
maravillado. Estoy lleno de preguntas:
¿Por qué , oh Señor, te ocupas de nosotros? ¿Por qué, con toda esta belleza en
tu creación, hiciste que la gente fuera la portadora de tu imagen? Ciertamente
estoy agradecido, pero es difícil creer que Dios nos ha puesto por encima de su
creación.
Mi
segunda respuesta es una de humildad.
Tanto el Gran Cañón como el océano son mucho más hermosos que yo. Esto, en vez de elevar mi autoestima, la
destruye. No estoy viviendo
bellamente. Mi corazón muy a menudo
está preocupado por mi propia gloria
en vez que por la de Dios. No obstante,
el dolor de esta humillación es exactamente lo que necesito. Se siente mucho mejor que cualquier
inflamiento temporal de mi ego.
Cada evento se vuelve más dramático cuando leemos el Génesis a través de los lentes del temor del Señor. El diluvio es un exposición asombrosa de la justicia de Dios; Noé es una evidencia asombrosa de Su amor. La torre de Babel demuestra el gran poder y justicia de Dios; no permitirá que el hombre se glorifique a sí mismo. Pero Babel también demuestra el gran amor de Dios en que el limita los efectos del pecado de un líder. Con la gente esparcida por todo el mundo y viviendo en clanes distintos, existe menos oportunidad de que una persona oprima a muchos. El llamamiento de Abraham es un cuadro (que es bello y asombroso) de un amor que busca. El Dios trascendente se acerca a un hombre y le llama para ser el padre de mucha gente: el pueblo de Dios. Cada historia desafía nuestro entendimiento limitado de la justicia y el amor de Dios, y cada una puede llevarnos a reverenciar al Señor. Pero sólo la historia de Jacob revela a Dios con el nombre “Temor” (Gen. 31:53).
La primera vez que Jacob se encontró con Dios, (o el temor de Isaac, como le llamó), estaba huyendo de su hermano Esaú. Puesto que le había engañado para robarle su primogenitura, Jacob tenía razón para temer al hombre. Esaú era más grande, fuerte y quizá más volátil. Sin duda, en este tiempo en la vida de Jacob, el hombre era grande y Dios era pequeño.
El sueño de Jacob cambió todo esto (Gen. 28.10-22). La palabra “santo” es usada a través de toda la Biblia, pero es usada más a menudo como una descripción del lugar de habitación de Dios. Este es lugar en el que Jacob se encontró de pronto. En un sueño, la cortina del cielo se abrió y el Señor habló. Las palabras, ciertamente, fueron tiernas y de consuelo, no obstante eran santas. Por lo tanto, Jacob tuvo miedo; estuvo agradecido cuando despertó vivo todavía. Exclamó, ¡Qué maravilloso es este lugar e hizo el voto de que el Señor sería su Dios (Gen. 28:21). Le llamó Bethel al lugar, que significa casa de Dios.
Muy probablemente este evento estaba en la mente de Jacob cuando llamó a Dios “el temor de Isaac”. Sin embargo, este no fue el único encuentro de Jacob con Dios. El contexto del siguiente encuentro con Dios fue similar en que incluía también la amenaza de Esaú, pero fue diferente en que Jacob iba a reunirse con Esaú en lugar de huir de él.
La pregunta era clara: ¿A quién vas a temer? ¿A Esaú o al Dios verdadero? Para ayudar a Jacob con esta decisión, Dios le bendijo con una visitación mucho más íntima que la del sueño en Bethel. Dios se presentó a Jacob como hombre, lucho con él y luego le bendijo.
¿Puedes imaginarlo? Una cosa es que Dios se revele en un sueño; otra cosa completamente diferente es que Dios se “ensucie” con su pueblo. No obstante, esta es la manera en la Dios se deleita en revelarse a nosotros. El es aquel que está cercano, él es Dios con nosotros. Tal exposición del carácter de Dios era demasiado para Jacob, así que Dios mantuvo su nombre en secreto. Sin embargo, para nosotros el misterio ha sido revelado. Conocemos al luchador con el nombre que inspira la mayor reverencia y asombro: “y ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla” (Fil. 2:10).
¿Puedes ya tener un sentido del poder del temor del Señor? Un conocimiento creciente de Dios disloca el temor a la gente, y echa fuera nuestra tendencia a ser casuales con nuestros pecados secretos. Y la buena noticia es que puede ser aprendido. Dios está absolutamente entusiasmado en bendecirnos con este conocimiento. No tienes que ser un patriarca de Israel. Simplemente debes ser una persona que ora (Ef. 1:17) y busca este grandioso regalo. También puedes aprender de otros que han aprendido el temor del Señor.
Moisés, al igual que Jacob, no era por naturaleza un hombre temeroso de Dios, pero ciertamente aprendió el temor del Señor. Su primera experiencia ocurrió cuando también esta huyendo. Estaba en el desierto, escondiéndose de faraón, cuando Dios apareció como un fuego. En otras palabras, Dios trajo su habitación cerca de Moisés y lo declaro lugar santo. Se le ordenó a Moisés quitarse sus sandalias, y escondió su rostro porque tenía miedo.
Tanto Jacob como Moisés recibieron bendiciones y promesas (un conocimiento del amor de Dios es esencial para tener temor reverente), pero ambos tuvieron temor ante la cercanía del Dios Altísimo. Su temor del Señor se caracterizó por el terror al igual que por la adoración. En esto son buenos ejemplos. En la vida del cristiana, el movimiento va del terror del juicio a la adoración motivada por amor. No obstante, estos ejemplos bíblicos sugieren que temblar también es apropiado para el creyente. Es bueno que tengamos tiempos en los que estemos incómodos delante de Dios. Puede no ser un temor al castigo, sino un temor a incurrir algo que desagrade a Dios. O puede simplemente ser el temor (reverencia) que es inevitable cuando vemos a Dios en su gloria. Cuando somos sensibles a las demandas de Su santidad, podemos ser guiados por Moisés, Jacob, y el salmista para decir, “mi carne se ha estremecido por temor de ti” (Sal. 119:120). Uno de los nombres de Dios es “Temor”.
Las lecciones de Éxodo
Aprendemos el temor del Señor al conocer a Dios el Creador. El universo es ciertamente una expresión de su poder y amor. También aprendemos el temor del Señor al ser testigos de Dios como redentor. En el Antiguo Testamento, esto es visto con mayor claridad en el éxodo de Egipto.
El éxodo de Egipto y la ley dada en el Sinaí fueron algunas de las clases a gran escala sobre el temor del Señor. Durante estos eventos, Dios demostró que sólo él era Dios. Nadie podía compararse con él. Dios no tiene igual en poder y juicio, en amor y fidelidad.
Después de que los israelitas salieron de Egipto, eventualmente fueron llevados a la montaña de Dios. Estando cerca de la habitación de Dios, se les ordenó limpiarse simbólicamente y ser apartados: no podían tocar las faldas de la montaña, lavaron sus vestiduras, y se abstuvieron de relaciones sexuales cuando estaban alrededor de la montaña. Debían prepararse para estar cerca de tierra santa.
Lo que presenciaron fue sorprendente. Fuego descendió sobre la montaña; el humo estaba por todos lados. La montaña entera tembló, y el sonido de la trompeta, anunciando la venida de Dios, sonaba más y más fuerte. Los sentidos de la gente fueron llevados hasta sus límites.
En una ocasión experimenté algo más o menos igual de fuerte y abrumador. Había estado conduciendo cerca de veinticuatro horas con algunos compañeros del colegio en dirección al sur de Florida. Cuando llegamos era como la una y media de la madrugada. Los moteles nos parecieron muy caros para una noche tan corta, así que decidimos encontrar un lugar para poner una tienda de campaña. Mientras tanto, todos, con excepción del conductor, estabamos dormitando. Cuando finalmente se detuvo, pusimos la tienda y nos dormimos. Lo que no sabíamos fue que en su apuro por encontrar un lugar donde acampar, había pasado una señal de “Prohibido el paso”.
La siguiente cosa que recuerdo fue que la tierra estaba temblando y el sonido de montañas cayéndose. En la conmoción todo lo que noté fue que mis amigos estaban boquiabiertos y las venas de sus cuellos estaban salidas. Estaban gritando, pero el ruido afuera era tan ensordecedor que no podía escuchar nada de ellos. Después de unos momentos, salimos de la tienda y nos enteramos de lo que había pasado. Habíamos acampado justamente al final de una pista de aterrizaje militar. El ruido que habíamos escuchado fue un enorme transportador militar que había despegado a unos cuantos metros de nuestras cabezas.
Sospecho que tampoco los israelitas podían escuchar los gritos de sus vecinos cuando las trompetas sonaron. Pero seguramente estaban muy concentrados en la montaña como para notar las bocas abiertas y las venas salidas.
El resultado fueron diez palabras en dos tablas de piedra: la ley. ¿Parece ser esto decepcionante? Con tanta fanfarrea la gente pudo haber esperado más que dos tablas de piedra. Al menos pudieron haber sido dos tablas de oro. No obstante, si estaban esperando algo más magnífico, completamente mal entendieron la naturaleza de la ley.
La ley es maravillosa porque revela el carácter santo de Dios. Los diez mandamientos y sus muchas aplicaciones nos enseñan acerca del dador de la ley. Revelan que los caminos de Dios son profundamente más altos que los caminos de las naciones circunvecinas. Lo que puede parecernos algo sin importancia, realmente fue una bella revelación del Dios que protegió al oprimido y al pobre, que odia la injusticia, que ama la misericordia, ofrece perdón y purificación, y que es moralmente puro. En la ley, Dios establece un nuevo estándar de santidad que el mundo no había conocido.
También podemos decir que la ley es un documento de amor santo. En él Dios dice, “Les he mostrado que aunque eran una de las naciones más débiles, les rescaté y cuidé de ustedes como mi hijo amado. Les he revelado más de mi amor eterno por ustedes. Ahora que han visto mi amor y saben que son mis hijos, deben aprender a amarme y a vivir como hijos divinos. Para mostrarles cómo hacer esto, le doy la ley. Ella les mostrará como ser como su Padre celestial.”
“Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos porque yo soy santo” (Lev. 11:44)
“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.” (Lev. 19:2)
“Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios.” (Lev. 20:7)
“Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos”. (Lev. 20:26)
¿Cómo sería santo el pueblo? ¿Cómo amarían y glorificarían a su Dios? En reverencia se someterían a la autoridad de Dios y le obedecerían. Así es como se ve el temor del Señor. Esto es lo que la ley puede enseñar. ¿Qué regalo más majestuoso puede existir? No es de sorprender que el salmista dijo: “mi carne se estremeció por temor de ti, y de tus juicios tengo miedo” (Sal. 119:120).
Esta es la tercera clase acerca del temor del Señor. En este punto, asegúrate de mantener tus ojos en el Santo. Ya sea que hablemos del Gran Cañón o los Diez Mandamientos, éstos inspiran asombro porque son una expresión del carácter santo de Dios.